domingo, 19 de abril de 2015

Violencia verbal callejera: un cóctel de machismo contra las mujeres

Es el pan de cada domingo. Salgo mi casa, que está situada en una plaza céntrica de la ciudad rodeada de cámaras. Reviso sin pensar a mi alrededor, como si este gesto estuviese en mí automatizado. Sé que es lo que reviso, ahora que lo pienso. Hoy que es domingo y la del domingo mañana de borrachos. Camino hacia la biblioteca, y no tardo en encontrarme a uno en una esquina, con la cabeza entre las piernas. Continúo mi tránsito y llego al paso de peatones que hay frente a la Alameda. Tengo dos opciones: tomar el camino más corto y exponerme a que alguno de los vagabundos que ocupan la zona del paseo pudiese seguirme hacia el campus por el parque desierto a las diez de la mañana, o ir por la calle principal, por donde transcurre más gente. Decido tomar la segunda ruta.

El camino por la Alameda hacia la biblioteca es infinitamente más agradable. Hay un túnel de árboles que cubre el paseo, las flores de los parterres desprenden un olor agradable  y a lo lejos se ve la villa histórica y la figura de la catedral. Sin embargo, mi deseo de tomar este atajo se ve coartado por la enorme posibilidad de que a las diez de la mañana, cuando no hay nadie, a algún capullo le de por seguirme, como ocurrió hace no mucho. Afortunadamente pude evitar, apresurando mi paso hacia un coche que divisé con alguien dentro a lo lejos, que un tipo que salió de un matorral me alcanzase, para vete tú a saber qué.

Sé que no todas las mujeres perciben esta violencia latente hacia nosotras por parte de determinados tipos de hombres en todos los casos en los que esta está teniendo lugar. Pero yo, por desgracia o por suerte, soy alguien muy sensible a las miradas, muy sensible a los gestos extraños que no tienen razón de ser. ¿Nunca os ha ocurrido que al pasar por lado de un hombre, normalmente mayor, lo escuchais musitar palabras, o emitir gruñidos o quejidos extraños? ¿Nunca habéis descubierto miradas incesantes de tipos en un bar cuando estáis solas que os violentan y no os dejan leer con tranquilidad el periódico, hasta el punto de que os acabáis yendo antes? ¿Nunca habéis estado solas en una estación de autobuses a las cuatro de la tarde y percibido la inquietud y el excesivo acercamiento de un tipo que aprovechando que estais solas, parece querer pediros o haceros algo sexual? 

Estoy tan sensibilizada con este tipo de violencia diaria contra las mujeres que casi podría jurar que el rumano que pide unas calles abajo arrodillado me insulta en su idioma cuando paso y miro hacia otro lado. ¿Debería darle una moneda para que deje de llamarme bitch? Lo mismo ocurre con otros mendigos, a los que no ayudo, lo reconozco, por ser hombres y querer pasar desapercibida, cosa que no ocurre con aquellas mujeres que vienen y me piden algo. Sé que ellas se encuentran en situaciones todavía peores, porque a sus carencias materiales se suma la violencia a la que están expuestas como mujeres, más el agravante marginal.

En los bares, en las estaciones, en los parques, durante el día, durante la noche, las mujeres, a las que también nos gusta el sexo y nos sentimos solas en la vida, no solemos ir a violentar a nadie porque nos sale del ano. La regla es que nosotras somos las molestadas, las violentadas, las agraviadas, las acusadas de exageración: "no es para tanto que te digan al paso de una obra- te voy a comer el chocho hasta que eches fanta-, cuando seas vieja nadie te lo dirá, alégrate". Se nos identifica como seres exclusivamente sexuales y a ello contribuyen aquellas que continúan desempeñando los tradicionales roles de género como la prostitución "voluntaria", el amodecasismo voluntario y otras actividades donde mujer y sexo se funden en un todo común.

Deberían existir medidas de freno contra este tipo de violencia machista contra desconocidas. En otros países como Colombia, el odio hacia las mujeres alcanza tales extremos que muchos hombres rocían con ácido la cara de mujeres desconocidas, sobre todo de mujeres bellas, con el único propósito de hacerles daño por el hecho de ser mujeres, como ocurrió con Miss Colombia. En Bélgica se han tomado medidas contra los llamados piropos,que más que halagadores suelen ser denigrantes.La policía debería ofrecer una asistencia sobre estas faltas y concienciar a mujeres y hombres para que denunciar este tipo de impertinencias no sea considerado una excentricidad de feministas radicales, sino un derecho a reivindicar por la consecución efectiva de una dignidad social para las mujeres. Esta sigue siendo, a día de hoy, sólo disfrutada en plenitud por los hombres.